Algo más que un viejo balcón de barrio

Balcon de madera

Es curioso leer como visualiza un visitante a la gente del barrio panameño, en este caso el Casco Antiguo y Santa Ana, pero más curioso es que esta apreciación es del año 1856 y parece que fuera escrito pocas décadas atrás.

En un escrito sobre Panamá el Vicecónsul inglés Charles Toll hace referencia a la relación del panameño con el balcón de barrio, comentaba en ese momento:

Esos balcones son todo para los panameños, pues les sirven a la vez de jardín, paseo, sala de recepción y frecuentemente para muchas cosas … por la apariencia que muchas de estas cosas presentan un extranjero puede pensar que esos balcones son lavanderías corrientes y los secaderos de la ciudad.

100 años después

Han pasado más de 100 años y todavía podemos encontrar uno que otro tendedero en los balcones. Como deja en evidencia el escrito, esta es una costumbre que viene de décadas.

En un recorrido por el Casco Antiguo buscaba uno de estos tendederos para tomarle foto, la misión no fue fácil, caminé por unas dos horas y cuando estaba por darme por vencido, lo encontré.

En Calle Octava Este estaba el balcón, con las mismas características de antaño, con esa hermosura de viejo barrio. Su belleza no es visual, esa belleza estaba en la gente que habitaba estos cuartos de alquiler.

Dentro del apartamento no había mucho espacio, solo cabía una cama y una pequeña mesa de comedor. Aún así, una familia completa lo habitaba.

Como el techo era alto algunos inquilinos optaban por construir un altillo que hacia las veces de recámara y con esto ganar más espacio. Otros preferían colocar una cortina para separar la cama del área de comedor.

El baño era comunitario, si querías bañarte tenías que salir del apartamento con tu toalla y jabón, generalmente era ubicado cerca del patio.

En esos cuartos la familia lloraba sus penas y celebraba sus pequeños triunfos. Aunque el dinero no alcanzaba para muchas cosas, estudiar era una obligación. Dentro de esas humildes paredes era evidente la pobreza, pero al entrar solo se respiraba esperanza.

No hacía falta seminarios sobre superación personal, la vida de barrio era la mejor conferencia magistral, siempre te daba una lección, te enseñaba a no rendirte, a convertirte en tu propio héroe y lograr tus sueños.

Al señor Toll le faltó esa vivencia, si hubiera vivido en los 70 del siglo pasado, para completar su escrito. De seguro hubiera encontrado la belleza que guardaban esos balcones.

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